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Boxeo 24 de Abril de 2018

Un Campos de boxeo en la UNLaM

"Campito" enseña y prepara púgiles en la Universidad, pero, además, utiliza al deporte como una manera de preparación física. “Antes, si no ibas al gimnasio para pelear, te cerraban la puerta. Hoy, los médicos lo recomiendan para mejorar en lo físico y en lo mental”, dice.

En el box 3 del Gimnasio Juan Manuel Fangio, el chiflido de los guantes y los golpes contra la bolsa descubren el espacio del boxeo en el Universidad Nacional de La Matanza. Allí, tres jóvenes le pegan duro a la bolsa, al punching ball y hacen sombra. Alfredo Campos observa los movimientos e indica cómo mejorar los impactos. Campito, como lo conocen desde hace más de 15 años en la UNLaM, es el entrenador de los futuros púgiles matanceros.

“En el 2002 presenté un proyecto porque desde el Centro de estudiantes me ofrecieron dar boxeo acá. Hicimos una prueba y, en la primera convocatoria, vinieron 25 chicos”, cuenta el exboxeador profesional, que supo estar cuarto en el ranking mundial de la AMB y se retiró, en 1978, tras caerse la chance de pelear por el título mundial ante Pipino Cuevas, aquel histórico campeón mexicano de la categoría welter de la década del 70.

“Acá muchos vienen a descargar todo lo malo que le puede pasar afuera. Y cuando te vas no hay estrés, ni depresión, ni nada”, destaca Campos.

“En ese tiempo era mal visto el deporte, y algunos hasta lo cuestionaban como tal. Pero con el paso del tiempo, vieron que no era una disciplina de brutos. Antes, si no ibas al gimnasio para pelear, te cerraban la puerta. Hoy, los médicos lo recomiendan para mejorar en lo físico y en lo mental”, expresa Campos, con 65 años en el DNI y 51 en el mundo del pugilismo.

“Empecé a boxear porque lo veía a Ringo Bonavena y quería ser como él. Tuve mi carrera amateur, después comencé como profesional y me fue bien. Estuve en el equipo olímpico, gané el ‘Guante de Oro’. Mi récord fue 45 victorias y 12 derrotas. Y cuando no me dieron la oportunidad mundialista, me retiré. Ahí hice el curso de DT en la Federación y empecé con el boxeo recreativo”, señala.

Hoy, en la UNLaM, ¿las opciones son boxeo recreativo y competitivo?
Exacto. Hay chicos que por ahí vienen porque los mandó el doctor. Siempre el comienzo es recreativo, y después se va viendo el entusiasmo de cada alumno, porque se van enganchando y te piden una exhibición, y después una peleíta. Pero nadie obliga a nadie a competir. El que quiere competir, solo se engancha y se prepara para eso, aunque lleva un tiempo lograr que un atleta esté en condiciones de pelear.

¿Cómo es la rutina de entrenamiento?
Trabajamos de manera individual o grupal, de acuerdo a la hora que vayan llegando. Hay una rutina de una hora y media, aproximadamente. Se hace un precalentamiento con la soga, que con 15 minutos te deja activo. Después viene un ablandamiento físico, abdominales, y, posteriormente, entramos en la parte técnica, donde hay que estar atentos para que el boxeador no se lesione en la bolsa. Para que eso no ocurra es importante ver cómo se pone las vendas, qué vendas se pone, cómo pega. Por eso estamos, permanentemente, actualizándonos con la Federación Argentina, haciendo cursos, concurriendo a charlas y seminarios. Y también se trabaja con los focos; desde dónde va a partir la derecha, desde dónde la izquierda.

¿Hace falta tener nociones del deporte para practicarlo?
No, podés empezar sin haber tocado una soguita o haberte puesto un guante. La actividad se puede hacerla de cero, pero ojo, porque es para hacerla siempre con medida, porque en la bolsa te entusiasmás, no te das cuenta y después no te podés mover. Pero bueno, acá muchos vienen a descargar todo lo malo que le puede pasar afuera. Y cuando te vas no hay estrés, ni depresión, ni nada.

Ahí queda Campito con sus alumnos, como todos los martes y jueves de 18 a 21, y los sábados de 14 a 18, dando indicaciones y tratando de enseñar el deporte que, hace más de cinco décadas, se convirtió en su forma de vida.

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